En la era postgenómica es la célula la que actúa sobre los genes. La epigenética es una dimensión de la biología que está teniendo un desarrollo enorme. Es el proceso de expresión u obscurecimiento de los genes. Los genes expresan o no en función de tu alimentación, tu desarrollo personal…, que, a su vez, depende de los estilos de vida que definen aspectos o procesos epigenéticos (un entorno que ha sido construido por el ser humano). No es lo mismo un neoyorkino de clase alta que un intocable de la India.
La expresión genética depende de varias posibilidades tanto en su silenciamiento como en su expresión fáctica. Hay una serie de aspectos que deben expresarse a mayores y otros a menores. Los procesos y desarrollos de ciertas células deben seguir durante un tiempo y luego detenerse. El desarrollo normal es lo adecuado y un desarrollo anormal da lugar a fallos (un ejemplo sería el cáncer). En un momento dado, lo bioquímico puede tirar de los aspectos culturales, pero no siempre es así. También los condicionantes culturales pueden influir en la aparición del cáncer. Dicho de otro modo: lo que haces en tu vida importa en tu expresión genética.
Además, la frecuencia epigenómica puede extenderse. A través de nuestras prácticas (antropogenia) construimos nuestro entorno y se genera un nicho en el que el nuevo ser se va a desarrollar hasta el punto de concebir en sí mismo cambios epigenómicos y hasta heredarlos.
Nuestros entornos influyen en nuestra salud, no como procesos de enculturación solamente sino también a nivel biológico. La respuesta de cada individuo es distinta según la persona: los procesos epigenómicos son sensibles al entorno y a la experiencia incorporada al cuerpo.
Los estilos de vida tienen mucho que ver en cómo nuestros cuerpos van a ir cambiando y a través de esos cambios epigenómicos relacionados con la salud, los esfuerzos, el estrés…, puede generar respuestas en el cuerpo que pueden silenciar o no las expresiones genéticas. Y este tipo de procesos material-simbólicos no podemos separarlos de premisas políticas y económico-sociales.
La dieta es una de las cosas que el profesor Estellel ha considerado fundamental en los procesos epigenéticos. Pero también la situación de la madre gestante influye en el hijo no nato. Por ejemplo, los niveles de cortisol (estrés) pueden transmitirse al niño a través de la placenta, por lo que los niveles serán bajos en madres que viven en un entorno de protección y cariño. Mientras que serán altos en madres que sufren violencia. Es la herencia epigenética horizontal. El niño podrá sufrir diabetes durante la infancia si la madre tiene diabetes alta durante el embarazo.
Pero, además, estos rasgos epigenómicos pueden transmitirse en la segunda y tercera generación. El efecto del tabaco pasa a los óvulos de la niña no nacida (marcas epigenéticas). Cuando conciba un nuevo ser transmitirá esa marca. El ADN no habrá cambiado pero las consecuencias permanecen. Se genera una herencia epigenética vertical. Las experiencias de nuestros antepasados importan. Las situaciones de bienestar o malestar económico influyen, pues, en los nietos. Acceso a la comida y reducción de la longevidad así como enfermedades cardiovasculares están vinculados por la abuela paterna en experimentos histórico-sociales realizados en Suecia.
Los nietos de los abuelos que experimentaron una hambruna tenían menos predisposición a sufrir enfermedades cardiovasculares y metabólicas sin tener que experimentar ambas generaciones situaciones distintas. Dos personas en la misma situación alimentaria generan distintas perspectivas de salud.
Por otro lado, también se establecen diferenciaciones sexuales entre los nietos y nietas, aunque tengan los mismos genes, y es que, en todos los casos, los genes no se modifican de una generación a otra: es la expresión o no de esos genes lo que cuenta. El impacto de la hambruna de madres gestantes en bebés y futuros bebés ha sido enorme. Todo esto abre el camino para controlar los cambios epigenéticos y evitar así ciertas consecuencias no deseadas.
A continuación vamos a hablar de las biologías locales y su relación con el racismo. En Estados Unidos el problema de la obesidad se está enfocando en función de la presencia racial, con incidencia en negros e hispanos. Enfocan la obesidad como un problema racial. Esto, obviamente, es un error. Un endocrinólogo ha dicho que aquellas especies que muestran rangos sociales tienen una gran diferencia en la calidad de vida de los miembros del grupo con muchas enfermedades relacionadas con el efecto psicosocial de sistemas políticos autoritarios.
Se sabe también que situaciones psicoemocionales malas para la madre producen niños prematuros o con bajo peso. Y madres afroamericanas tienen bebés con menos peso que madres blanco-americanas. Todo el camino recorrido culmina en esta crítica a postulados racistas con bases genéticas inexistentes.