Exposición de las últimas adquisiciones en el Muséu del Pueblu d’Asturies

Últimas Adquisiciones es un pequeño montaje expositivo instalado en los bajos del pabellón Expo92, cuya finalidad es presentar al visitante las piezas que a lo largo del año se van inconrporando a la colección del museo. Del 1 de junio al 31 de diciembre de 2012 encontraremos las siguientes muestras:

Taller de carrero

El de carpintero fue uno de los oficios más importantes y extendidos de Asturias. Junto con el herrero constituyeron la base técnica que proporcionaba aperos de trabajo, elementos para la construcción, muebles, recipientes y herramientas especializadas, como las usadas en la fabricación de carros. Este fue el caso de Félix Vallina Berros, que, gracias a su doble habilidad con la carpintería y la fragua, fabricó algunas de las herramientas más destacadas de esta exposición.

Empezó a trabajar a los 16 años en un taller de Castiello, barrio de San Pedro de Ambás (Villaviciosa). Años más tarde, pasada la Guerra Civil, instaló su taller en una casa de San Pedro de Ambás, donde trabajó hasta su jubilación. Construyó aperos, herramientas, muebles, rejas para ventanas, y sobre todo carros.

Al morir, la mayoría de sus herramientas pasaron a manos de su hija, María Esther Vallina Acevedo,  de Gijón, que las conservó en perfecto estado en Anayo (Infiesto) hasta que las donó al Muséu del Pueblu d’Asturies.

¿Quién da la vez?

Las tiendas de ultramarinos nacieron a mediados del siglo XIX. Reciben este nombre porque vendían productos venidos de ultramar, principalmente de América. Estos establecimientos crecieron a la sombra del comercio con las colonias y proliferaron tras la pérdida de Cuba en 1898, cuando muchos españoles se vieron forzados a regresar.

En las tiendas de ultramarinos se podía encontrar de todo: café, chocolate, azúcar, bacalao, legumbres, especias, etc. Algunos de estos productos se vendían enlatados o en escabeche, pero sobre todo se realizaban ventas a granel. Para ello disponían de diferentes utensilios, como medidores de aceite, balanzas, molinillos de café o guillotinas para cortar el bacalao. Como todo el mundo se conocía, se vendía “al fíao”. El tendero apuntaba el importe de la venta en una libreta y el cliente saldaba las cuentas posteriormente.

Todo ese mundo colonial y ultramarino, metido en sacos, latas, tinas y toneles, envuelto en papel de estraza, con sus olores y sabores, nos trae el recuerdo de gente sencilla y amable, de la confianza mutua entre vecinos, como elemento vertebrador de la vida cotidiana de pueblos y ciudades.

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