Parece que el antropólogo Adolfo García Martínez no para de ofrecer charlas y conferencias. En esta ocasión, el profesor de Antropología desmontó en Los Libros del Casino algunos de los mitos que perviven en torno a los vaqueiros, así lo reseña El Comercio:
Premio Juan Uría Ríu, en 1987, por la obra que ahora acaba de volver a poner a la luz KRK Ediciones, ‘Los vaqueiros de alzada de Asturias. Un estudio histórico-antropológico’, el profesor Adolfo García Martínez ha dedicado una buena parte de su vida a comprender «el fenómeno vaqueiro», el cual abordó en la tertulia de Los Libros del Casino -que patrocinan EL COMERCIO y el Ateneo Jovellanos- comenzando por decir que no se trata de una cuestión «unívoca», pues el grupo social y humano de referencia se desarrolló en la comunidad asturiana, a partir de finales del siglo XV, en un diámetro que se extiende por trece concejos, con diferentes matices en la franja occidental -Valdés, Navia, Villayón, Tineo o Cangas de Narcea- y en la oriental -que también afectó a Oviedo, Gijón, Belmonte o Salas-.
García Martínez desmontó tópicos recurrentes en torno a los vaqueiros, tales como el que les asigna la pertenencia a una raza, cuando en su autorizada opinión se trata de una cohesión de estirpe cultural que incorpora tres niveles de adaptación, tecnoecológico, social e ideológico.
Otro desmentido, de cierta importancia porque a quien corrigió fue a Melchor Gaspar de Jovellanos, es el supuesto del ilustrado gijonés que asimiló a los vaqueiros con los maragatos. «No hizo el estudio necesario del proceso», aseveró.
En cuanto a la marginación histórica sufrida por los vaqueiros, recordó a un capitán de las tropas de Felipe II, Diego de las Marinas, que ya en aquel reinado -siglo XVI- predicó la conveniencia de castrarlos, cabe suponer que para interrumpir su progenie. Desde entonces, ningún vaqueiro ha puesto el nombre de Diego a ninguno de sus descendientes. Ojo por ojo.
No obstante, también consideró el profesor García Martínez que «a los propios vaqueiros les interesa que les marginen». Y ello debido a que de ese modo fomentan sus peculiaridades e independencia. Un espíritu emancipatorio que, como decíamos, empezó a formularse a finales del siglo XV y principios del XVI, procediendo en su origen acaso de los hijos no primogénitos cuyas familias carecían de tierras -las fuentes documentales refieren la existencia de unos ‘ganaderos del Principado’, que tal vez se asimilen a esas características-, de la mano de obra de los rebaños concejiles o de los servidores de la nobleza que pudieron aspirar a romper vínculos con la aristocracia. Coincidiría en el tiempo con «la explosión demográfica que se vivió en Europa occidental en el siglo XVI», la cual supuso una mayor presión sobre el uso del suelo y las consecuentes disputas sociales e intergrupales, dándose notorios abusos nobiliarios que atizaron los conflictos.
Una segunda fase de consolidación del armazón social vaqueiro llegaría en el primer cuarto del siglo XVIII, cuando buscaron su redención jurisdicional y la liberación de las gabelas señoriales mediante pagos de miles de reales solicitados a plazos.