El XL Semanal publicó un artículo en su guadianesca sección de antropología, artículo que transcribimos a continuación por su interés:
La destrucción de la masa forestal en una región amazónica situada entre Brasil y Bolivia ha dejado al descubierto lo que la selva había ocultado hasta ahora. Ciudades con casas de planta circular y cuadrangular, 260 avenidas que intercomunican los poblados, embalses de agua, canales de regadío y recintos para el ganado no dejan lugar a ninguna duda: en el Amazonas existió una civilización avanzada.
Desde que Francisco de Orellana fuera en busca del mito del Dorado y descubriera accidentalmente el río Amazonas, las expediciones en busca de la ciudad de oro no han cesado. Hay regiones de la cuenca del Amazonas donde todos los años mueren expedicionarios en su afán por descubrir el Dorado o el Paititi, la ciudad donde se refugiaron los últimos incas con sus tesoros tras ser conquistados por los españoles.
El dominico fray Gaspar de Carvajal, integrante de la expedición de Orellana, en 1541, nos cuenta que, presionados por la escasez de alimento, decidieron ir en busca de víveres río abajo. Tenían la intención de volver y auxiliar al resto de los hombres, que se quedó a la espera. Recorrieron 1000 kilómetros hasta encontrar comida en los poblados indígenas, pero Orellana no quiso regresar. Pensó que atrás ya todos habrían muerto. Decidió continuar río abajo para salir al Atlántico. No sabía que el delta del Amazonas se encontraba a más de 5000 kilómetros. En este primer viaje por el gran río, fray Gaspar de Carvajal describe los encuentros con los indígenas, casi siempre belicosos. Habla de miles de indios y de ciudades enormes que llegaban a ocupar diez kilómetros de la ribera del río con sus casas enlucidas de blanco.
Cuando Orellana llegó a España, fue acusado de haberse amotinado. Algunos de los hombres que dejó abandonados lograron sobrevivir y su relato provocó que el capitán fuera juzgado. El diario de Carvajal fue tomado como una propaganda para salvar de la justicia a su capitán. No se le dio ningún crédito y se archivó. No se publicó hasta 300 años después. La búsqueda del Dorado continuó. Muchos hombres perdieron su fortuna y su vida tratando de encontrarlo. Las más renombradas expediciones fueron las encabezadas por el británico Percival Fawcett, miembro de la Royal Geographical Society. Buscaba una antigua civilización que habitó la que él denominó ‘la ciudad de Z’. Una urbe de piedra en el interior de la jungla de avanzada tecnología y con riquezas extraordinarias. Realizó siete viajes de búsqueda. En el último, en 1925, este tenaz explorador desapareció junto con su hijo; nunca más se supo de ellos. Fawcett jamás reveló a nadie el lugar donde él cría que podía encontrar su famosa ciudad de Z. Muchas expediciones trataron de seguir sus pasos, pero la mayoría corrió la misma suerte que él. La última fue hace 15 años; al parecer, todos murieron.
Hasta hace poco estaba asumido por estudiosos, historiadores y arqueólogos que la cuenca del Amazonas nunca pudo albergar grandes poblaciones. El suelo de la selva es muy ácido y poco fértil. Las tribus nómadas que hoy lo habitan solo pueden cultivar mandioca, un alimento con escasos nutrientes. Pero los hallazgos arqueológicos de los últimos años han dado la vuelta a estas teorías.
Los trabajos del arqueólogo brasileño Eduardo Leves en la región Xingú han sido determinantes. En sus excavaciones ha encontrado indicios de grandes poblados fortificados con empalizadas de troncos. El hallazgo principal fue la llamada terra preta (‘tierra negra’). Una clase de tierra de una fertilidad extraordinaria, pero lo insólito es su origen antropogénico; es decir, fue fabricada por los hombres que habitaron el Amazonas del año 800 al 500 a. C. Esta tierra está compuesta por arcilla de las orillas del río, trozos de cerámica, restos orgánicos, como huesos y espinas de pescado, y carbón vegetal. Este invento del Neolítico amazónico tiene otra singular propiedad: una vez extendida la terra preta en un campo de cultivo, al cabo de algunos años esta aumenta su tamaño. Es decir, la terra preta crea terra preta. Eduardo Leves ha encontrado los restos de casas y pueblos interconectados entre sí de grandes dimensiones, pero parece imposible que en esa región pudieran existir construcciones de piedra, dado que el suelo en esa zona es de arcilla y no existe la piedra. En las excavaciones que se están llevando a cabo en la cuenca amazónica, desde Bolivia a Colombia y desde Perú a Brasil, se han encontrado yacimientos con terra preta. Michael Heckenberguer, de la universidad de Florida, afirma que el Amazonas sostuvo grandes poblaciones, una civilización perdida de cientos de miles de personas.
Tres siglos antes de la llegada del explorador Percival Fawcett, la población amazónica fue prácticamente aniquilada por unos viajeros más veloces de lo que lo fueron nunca los conquistadores españoles y portugueses. Los virus de enfermedades como la viruela, la hepatitis o la gripe, llevados a América por los europeos, se trasmitieron rápidamente y mataron a una población sin defensas para combatirlos.
Sabemos que los incas, en su afán conquistador, sometieron a las poblaciones amazónicas con las que mantenían un comercio estable. Construyeron calzadas de piedra que se internaban en la selva y ciudades de enlace. Cuando cayó el último inca a manos de los españoles, la población incaica del Cuzco, la capital del imperio, huyó y se refugio en la selva. Este hecho acrecentó la búsqueda del Dorado. Supuestamente se habían llevado los tesoros y habían fundado el Paititi, la ciudad de oro. Fueron muchas las expediciones españolas que se internaron en la cuenca amazónica para perseguirlos. Algunos fueron detenidos, pero de la mayoría nunca más se supo nada.
¿Es posible que Fawcett se equivocase en el lugar que escogió para buscar su ciudad de Z, construida en piedra? Quizá estuvo sobre los restos de ciudades que albergaron la civilización perdida del Amazonas, pero, al buscar una ciudad de piedra, estos pasaron inadvertidos para él.
La región amazónica situada entre Perú, Brasil y Bolivia, cubierta por densas selvas, es muy abrupta y de difícil acceso. La mayoría de los indios aislados o no contactados que la habitan son descendientes de esclavos de la época de la fiebre del caucho que huyeron de las haciendas, de ahí su carácter feroz. Además, los cada vez más habituales encuentros con madereros furtivos se saldan con muertes por ambas partes. En la zona donde se asientan existen ciudades incaicas de piedra y calzadas que servían de enlace para el comercio de las hojas de coca. ¿Podrían ser estas ciudades de piedra las que pretendía encontrar Fawcett? En una sociedad oral como la de estos indios es probable que la historia de la civilización perdida del Amazonas haya prevalecido de generación en generación. ¿Sabrán de otros enclaves en la selva con otras edificaciones o ciudades? ¿Adónde conducen las misteriosas calzadas incas que se internan en lo más profundo de la jungla?
¿Existirá realmente el Paititi protegido por las tribus de indios feroces? Sin duda, los descubrimientos arqueológicos que están por venir arrojarán luz sobre los enigmas que todavía esconde la selva del Amazonas. Posiblemente, el Dorado deje de ser un mito en poco tiempo.
José Manuel Novoa